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España > Caceres > Pizarro (Campo Lugar)
27-05-08 23:03 #903174
Por:avicena

MÁS COSAS SOBRE EL CID CAMPEADOR
Tan escasos son los documentos históricos existentes relativos a la figura de Rodrigo Díaz que aún en pleno siglo XIX se llegó a poner en duda su existencia como personaje de la vida real. Sin embargo, los esfuerzos de eruditos como Dozy y Menéndez Pidal nos han permitido conocer datos biográficos muy detallados.

La realidad histórica del Cid se veía empañada por el carácter legendario, casi mítico, propio de los "cantares de gesta" de la Edad Media hispánica que debía cubrir el doble objetivo de ensalzar las hazañas de los héroes y despertar en interés de un público tan ignorante como ingenuo, circunstancia que obliga a juglares y trovadores a magnificar con harta frecuencia los relatos más o menos verídicos que llegaban hasta ellos.

Nació Rodrigo en una aldeuela situada en los alrededores de Burgos, Vivar, hacia 1043. En los ocho años del reinado de Sancho el Fuerte se convirtió en uno de los primeros personajes del reino castellano. Siendo Alférez o portaestandarte real mantuvo un singular combate con el noble navarro Jimeno Garcés, en la "guerra de los tres Sanchos", y ganó el sobrenombre de Campeador (1067). Las ambiciones guerreras del rey castellano no encontraron en el Cid el brazo derecho que le permitió eliminar a su hermano Alfonso obligándole a refugiarse en Toledo –por entonces musulmán- y humillar a los reyes moros de las taifas limítrofes. Cuando Sancho muere en el cerco de Zamora, su hermano Alfonso regresa del destierro y es reconocido como el nuevo rey de Castilla pero viéndose obligado a cumplir antes el juramento que el Campeador le exigió en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos de no haber participado en la muerte de su señor don Sancho.

A partir de ese histórico momento las cosas comienzan a no irle bien a Rodrigo en la corte castellana y en 1081, el rey le desterró, bien porque Alfonso no hubiera olvidado la humillación de Santa Gadea, ya por la derrota que en Andalucía infligiera a García Ordoñez -noble bienquisto del rey castellano- al defender al reyezuelo musulmán de Sevilla a cuya ciudad había acudido a cobrar las parias, o tal vez por la iniciativa de una cabalgada de castigo por el reino de Toledo con cuyo rey musulmán mantenía aún el castellano buenas relaciones.

Con su mesnada marcha Rodrigo primero a Barcelona pero sus servicios no son aceptados por lo que pasa a Zaragoza donde es bien recibido por el musulmán Muqtádir. En esta situación se vio obligado a enfrentarse con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer, al que hizo prisionero junto con numerosos nobles, librándoles a los cinco días como demostración de su fuerza y generosidad. El Cid actúa a partir de entonces como el auténtico dueño del reino zaragozano; más cuando el rey castellano hace una incursión desgraciada por tierras de Zaragoza, el Cid corre a ponerse a sus órdenes. Alfonso le acepta y perdona pero en el camino de regreso a Castilla, Rodrigo observó desvío y rencores que le aconsejaron volver grupas a Zaragoza. En dos ocasiones más fallarían los intentos del Campeador por obtener la reconciliación definitiva con el castellano que llegaría a encarcelar a la familia del Cid y confiscar sus propiedades.

Cansado de guerrear al servicio de otros, decidió formarse un señorío a costa del rey moro de Valencia y cuya pretensión le llevó a enfrentarse de nuevo con el conde catalán que codiciaba el dominio de la zona levantina y al que de nuevo vencería y haría prisionero exigiéndole en esta ocasión un elevado rescate por su libertad y la de numerosos nobles igualmente presos. Algunos de estos, ante la imposibilidad de pagar tan crecidas sumas por su libertad, optaron por traer a sus hijos y parientes como rehenes, hecho que conmovió el corazón de Rodrigo hasta el extremo de dejarlos volver libres a sus casas.

La fidelidad del Campeador hacía su señor natural, el rey castellano, fue tal que cuando éste invadió el señorío valenciano y puso cerco a la ciudad, Rodrigo declinó enfrentarse directamente a Alfonso, optando por caer sobre la Rioja como un auténtico vendaval y desafiar durante siete días a su gobernador García Ordeñez –su mortal enemigo- a que le arrojara de allí. El conde no apareció y el mismo Alfonso se vio obligado a levantar el sitio puesto a Valencia, ciudad que defendió con éxito el Campeador ante el ataque de los almorávides, vencedores a su vez del rey castellano en Sagrajas, Jaén y Uclés. El Cid se aseguró aún más en el dominio de la región levantina convirtiéndola en el baluarte que protegió durante años a Aragón y Cataluña de ímpetu arrollador de los nuevos invasores africanos de Yusuf el Tasfin.

El Cid murió en Valencia en julio de 1099 cuando aún no había cumplido los 56 años y su esposa doña Jimena, aún contando con el apoyo del rey castellano, sólo pudo mantener la ciudad del Turia hasta tres años más tarde. Ante la imposibilidad de defender la ciudad de los continuos ataques almorávides, los castellanos optaron por incendiarla totalmente y abandonarla, llevándose consigo hacía Castilla el cadáver embalsamado del Cid. No es difícil imaginar el sobrecogedor espectáculo de las mesnadas del Cid atravesando de retirada hacía Castilla los anchurosos campos, aldeas, castillos y fortalezas, transportando consigo el cadáver del temido guerrero. Una leyenda muy tardía supone que el Cid, después de muerto, fue artificiosamente montado a caballo y su temible aspecto hizo huir a las tropas sitiadoras.

Unos cuarenta años después de su muerte aparece el "Cantar del Mío Cid", no dejando de ser significativo que al mismo tiempo sea el primer monumento literario de la época en lengua castellana aparecido hasta la fecha. Pese a contener numerosos hechos relativos a Rodrigo Díaz producto de la fantasía de juglares y trovadores, el autor –o autores- del bellísimo cantar de gesta transparentaran la fidelidad del Campeador hacia su rey, ya anunciada por los castellanos cuando al verle marchar hacia el destierro exclaman:

"Dios, que buen vasallo, si hubiera buen señor..."

También se pone de manifiesto en el poema el profundo espíritu religioso del Cid, su devoción a Santa María, su amor hacia su esposa e hijos y su magnanimidad con los moros vencidos, cosa inusitada en aquél tiempo y que le granjeó el respeto de estos, expresándolo así en el Poyo de Monreal:

"Cuando iba Mío Cid el castillo a dejar

los moros cautivados se empiezan a quejar;

¿Te vás Mío Cid? Contigo nuestras plegarias van,

pagados quedamos, señor, de tu bondad.

Cuándo dejó Alcocer, Mío Cid, el de Vivar,

los moros y las moras pusiéronse a llorar".

(Versión de Fr. Pérez de Urbel)

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