Torrelobatón - Valladolid

Las carteleras provinciales y el queso electoral de los partidos.

Empieza la especulación con las listas. Hay que colocar a los amigos y colaboradores, servidores de la causa, vividores del Estado in tempore. Hoy te pongo aquí, mañana te ubico allá. Las provincias son usadas como soportes para los carteles de un teatro que manipuladores e ignorantes llaman democracia, pero que es en realidad partitocracia. Los partidos alimentan a los suyos, cobijan en sus entrañas el poder del Estado y actúan por interés propio y por oportunismo ajeno sin contar con los ciudadanos, a los que no sólo no representan, sino que les niegan además el derecho a que reclamen responsabilidades por sus fechorías.



Me causa pavor esta farsa. Dado lo simple e infame de esta trama política, con censura encubierta incluida, que dura ya más de treinta años, podríamos ahorrarnos el sueldo de sus señorías, las de todas las cámaras, Congreso, Senado y parlamentos autonómicos. Diputados, senadores y demás parlamentarios sirven en exclusiva a sus partidos y participan con su servidumbre en una dictadura de partidos en la que la clase política no coincide con la realidad de la calle. ¿Para qué interpretar en los plenos si pueden reducir la toma de las decisiones a una reunión entre los líderes de los partidos con adscripción parlamentaria? (Me niego a llamarlo representación parlamentaria).



Nos piden el voto, pero nuestro voto no sirve más que para alimentar la “contrademocracia”. Con nuestra participación en las urnas, apuntalamos el Estado de partidos y legitimamos la entrega de los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) en un sólo paquete a los partidos con mencionada adscripción parlamentaria. Unos toman más porción, otros menos, pero todos al fin y al cabo jalan del gran queso del Estado, compartido con los otros gobernantes en la sombra, los sindicatos mayoritarios y la patronal, todos mantenidos, y más que presuntamente corrompidos y corruptores también.



Así, en nuestra partitocracia, la secta política no necesita líderes carismáticos que ilusionen a los ciudadanos y se comprometan a resolver los problemas comunes que les hayan sido delegados, sino que se limitan a extraer miserias ajenas (seguramente pactadas, que todos tienen asuntos que tapar) para recolectar apoyos entre los incautos “electores”. La política en España se ha transformado en una lucha por el fracaso ajeno, para desgracia de los ciudadanos, siempre damnificados. Aprueban y derogan leyes, unos u otros, con la pretensión de imponer su proyecto de Estado Totalitario, o Estado de Partido. Los partidos no se enfrentan para defender los intereses de los ciudadanos, a los que ya hemos dicho que no representan, sino para arrebatar al oponente uno o dos pedazos más del queso podrido. No temen dividir y hasta pactar con el diablo con tal de conseguir más cuota de poder. Total, ¿quién se lo impide?



Para ejemplo sirva un botón. A Marta Domínguez le ha tocado la lotería. Así de simple. Su candidatura por Palencia no servirá más que para la dichosa cartelera. En contra de lo referido a sus cualidades deportivas, su capacidad política es desconocida; pero dicha premisa no importa dentro de este sistema, ya que los votos no irán dirigidos a ella sino al lote, en este caso palentino, que su Alteza Mariano Rajoy, príncipe y aspirante a ocupar el fraudulento retrete de España que deja José Luis Rodríguez Zapatero, ha considerado oportuno presentar al 20-N. ¿Entrenará Marta en los pasillos del Senado? Qué importa. La prostitución de la libertad política se hará pública y notoria esta misma semana cuando conozcamos los nombres de los actores. Las provincias, ese intento de unidad fraguado en 1834, serán de nuevo la jaula que sostiene al Estado de las autonomías, Estado de partidos, Estado contra la ciudadanía.



Lamentable contradicción la de observar cómo los carceleros se acercan a las celdas para lanzar las papeletas con los nombres de sus amigos. ¡”Bótame”! Afirman. Si por mí fuera..., pero no puedo asomar ni las piernas entre estas rejas podridas. Dicen que puedo opinar. Dicen que puedo pensar. Pero de nada sirve mi opinión y pensamiento, pues otros decidirán por mí en la cocina de los partidos. Las masas están de nuevo entretenidas. ¿Quién ganará y por cuánto margen? Sólo sé seguro quién habrá perdido una vez más.