En memoria de Don César Uz Pereira Nos dejó un hombre muy bueno, educado, horrado, y sensato. Un abnegado trabajador y un gran amigo de todos, que fue durante muchos años Secretario del Ayuntamiento de Morcín. Vivió los tiempos difíciles de los Secretarios de Ayuntamiento en los primeros años de la democracia, cuando algunos vieron en esos profesionales a funcionarios que se les imponía desde Madrid para poner pegas. Muchos no entendían entonces, y creo que algunos no llegaron a entenderlo nunca, que el respeto de la legalidad es el eje sobre el que ha de girar todo la actividad de la Administración, y, en consecuencia, cuando un Secretario advertía que las cosas no podían hacerse como convenía a quien estaba en el poder, porque la ley no lo permitía, era frecuente escuchar que se pagaba por buscar soluciones y no por poner trabas. Pese a la enorme dificultad que entrañaba desempeñar con arreglo a la ley una función que obligaba a advertir que determinadas cosas no se podían hacer, o que no era posible hacerlas tal como se proponía, y a pesar de la penuria económica en la que se desenvolvía el Ayuntamiento, creo que César, con su honradez y capacidad de trabajo, dejó muy buen recuerdo y muchísimos amigos en este concejo porque, siendo, como era, una gran persona, ayudó en cuanto pudo a todo el mundo. Recuerdo que en mi etapa como presidente del Colegio de Secretarios, Interventores y Tesoreros de Asturias tuve en César, por aquél entonces ya jubilado, un eficaz colaborador que cumplía con minucioso cuidado y extraordinaria prontitud todas la labores de las que se encargó en el funcionamiento del Colegio. También recuerdo verlo en la biblioteca del Colegio de Abogados estudiando concienzudamente los asuntos de los que se ocupaba cuando, también después de jubilado, se dió de alta como abogado en ejercicio, asuntos en los que casi siempre defendía los intereses de algún vecino de Morcín, prueba evidente de que se le recordaba como buen Secretario del Ayuntamiento y se confiaba en él. Hasta hace no hace mucho tiempo iba a verme con cierta frecuencia a mi trabajo, hablábamos de todo, de sus hijos, de su casa en Fonsagrada y de los achaques propios de su edad, que no consiguieron menguarle ni encorvarle, mateniéndose alto, tieso y muy elegante. En ocasiones tomábamos juntos un café, nos entendíamos bien y creo que mutuamente nos considerábamos buenos amigos. Era César modesto, muy discreto, poco amigo de hacerse notar, y mucho menos de molestar a nadie, y se marcha sin despedida, pues será incinerado en la más estricta intimidad familiar. Que en paz descanse. |